El agua es uno de los elementos condicionantes de un jardín, si acaso el más importante, puesto que su escasez o exceso llegan a tener más importancia que las hora de luz y la temperatura. Por norma los climas más cálidos son los más problemáticos a la hora de plantearnos un jardín, de hecho en la Península Ibérica podemos definir dos grandes zonas geográficas, el Arco Atlántico y la llamada España seca, si bien la orografía y los vientos crean microclimas en zonas que perteneciendo a una de las dos se comporta de manera diferente. Así mismo las zonas montañosas tienen su particular meteorología y en ese caso debemos de ser conscientes de otro condicionante, la altitud.
Sea como fuere el agua es un elemento de la naturaleza con unas propiedades físico-químicas excepcionales, como lo demuestra su proporción en todos los tejidos vivos. Interviene en todos los fenómenos fisiológicos de las plantas de ahí la importancia de su correcta aportación. El agua de mejor calidad es la de lluvia,si bien en zonas fuertemente industrializadas padecemos el fenómeno de la “lluvia ácida”, que nos obligará a tomar una serie de precauciones, que podemos recoger y embalsar, luego el agua de los pozos,manantiales y por último el agua de traída ( que se recomienda dejar reposar en un aljibe para su aireado y evaporación del cloro).
El aporte de la lluvia puede ser suficiente en las zonas húmedas a excepción de los mese de veranos si hay una alta insolación , temperatura y escasa pluviosidad. Así mismo la densidad de plantación, los ejemplares (leñoso, herbáceos, frutales) y los métodos de aporte de agua cuando fuesen necesarios, crean necesidades muy diferentes para cada jardín. Es lógico pensar que la experiencia de vivir en una zona da un cierta idea sobre el consumo aproximado, así como de las especies idóneas, pero como los diseños son personales, los gustos variados y los resultados múltiples la mera observación es insuficiente. De ahí, la necesidad de conocer y aplicar diferentes técnicas.
