Para los que somos de climas húmedos ( cornisa Cantábrica o Arco Atlántico) los cactus fueron en nuestra infancia una planta exótica, acostumbrados a las palmeras por su presencia en parques y casa privadas, debido a la influencia de los «Indianos» , los cactus eran un mundo por descubrir, así había colecciones, terrarios, y en algunas casa de la costa alguna chumbera en la que pasábamos el rato evitando pincharnos. Los cactus son la especie por la que por lo general conocemos a la mayoría de las crasas o suculentas y su existencia siempre ha maravillado a botánicos y aficionados, su persistencia en terrenos desérticos y de extrema aridez supone un desafío frente al paisaje y flora de los climas templados y pluviosidad elevada. Una de sus características principales son las espinas, si bien muchas plantas poseen espinas, su tallo grueso no leñoso ( lo que no les impide alcanzar alturas respetables) y en la mayoría de los casos una inapreciable floración y fructificación. En las crasas expuestas a climas extremos los órganos han modificado su aspecto, sus funciones fisiológicas no son idénticas a la de ejemplares de climas templados, su aspecto es radicalmente diferente y sus necesidades de abono y riego muy específicas. Si vamos a poner en nuestro jardín una zona de crasas es importante tener claro que son especies muy definidas, no las podemos mezclar siguiendo criterios estéticos, sino bioclimáticos y edafológico y su inevitable asociación con un clima árido puede afectar al conjunto del diseño más de lo que pensamos.